Conocí a un ingeniero por mensaje directo de Instagram. Hablamos un poco de todo sin ninguna «intención». Una semana después llegó a mi casa en plena madrugada. No lo había visto. No sabía nada de él. Pudo haber sido alguien peligroso, pero me dejé llevar y abrí la puerta.
Para mi sorpresa no era nada feo. Esa palabra no existe para ninguna parte del cuerpo de ese hombre. 1,82 cm, blanco, canoso, bigote perfecto, ojos muy negros, manos perfectas, torso bien formado, un cuello como Dios manda y una sonrisa que tuvo que haber diseñado alguien, porque natural no puede ser.
Estuvimos hablando, reímos mucho, tomamos unas cervezas que tenía en la nevera…
Después de un rato lo besé. No podía aguantar seguir viéndole los labios y no hacer nada. Ese beso llevó a otro, ese otro nos llevó a la habitación. Me arrancó la ropa en dos segundos. Tiene el don de desnudar y desnudarse sin que una se dé cuenta. Me besó el cuello, el pecho, los brazos, las manos y siguió bajando hasta mis pies. Los lamió y besó como si fueran una fruta deliciosa. Luego abrió mis piernas, lamió mi vulva placenteramente, se levantó, se colocó el condón, agarró mis tobillos y los llevó hasta sus hombros y me penetró suave y lento. Poco a poco subió la velocidad y la intensidad de sus movimientos. Perdí la noción del tiempo entre besos, lamidas, gemidos, apretones, rasguños y embestidas. Cuando nos dimos cuenta era de día. Nos despedimos con un abrazo y cada quien tomó su camino.
Una semana después me preguntó si podía llamarme, y por supuesto que le dije que sí. Los primeros minutos de llamada transcurrieron con normalidad: qué has hecho, cómo has estado, cómo están tus cosas, el trabajo, el país, el clima…
Hasta que recordamos el encuentro anterior con un: «Qué rico lo pasé contigo». En ese momento la conversación subió de tono. Me dijo que le encantaban mis pies. Es su fetiche. Y de solo recordar los besos que les dio, cómo los chupo y cómo me pidió permiso para acabar en ellos, me emocioné demasiado.
Me dijo que quería volver a verme, que no pensó que nos llevaríamos tan bien en la cama. Me dijo que me la quería chupar, porque le encantó cómo me pongo de húmeda y quería meter su cara entre mis piernas hasta que yo gritara de placer.
Yo estaba sorprendida, nunca me habían dicho esas cosas en llamada. Por mensajes sí, por notas de voz también, pero ¿en una llamada tradicional? Nunca. Me excité tanto escuchándolo que comencé a tocarme sin decirle nada. Estaba muy mojada. Solo escucharlo me excitaba demasiado… Estuve unos segundos o minutos, no lo sé, sin pronunciar palabra y respirando fuerte. Me preguntó si lo estaba haciendo, le dije que sí y le pedí que siguiera hablando, a lo que respondió: «Estoy ahí contigo. Tocándote». ¡Por las diosas! Estaba muy caliente, él seguía diciendo cosas morbosas y recordando en voz alta mis caderas, mis pies, mi cabello, mi olor, mis gemidos, mis tetas, como me apretaba; mientras yo fantaseaba y pensaba que era su pene entrando y saliendo de mí suavemente y no mis dedos.
Ya ni podía omitir palabras, solo gemidos bajitos y entrecortados. Y él me pedía que dijera su nombre, que lo llamara entre gemidos, que susurrara sílaba por sílaba lo único que podía tener en ese momento.. Su nombre. Quería escucharme, necesitaba escucharme gritar de placer sabiendo que lo único que yo tenía en la cabeza era su cuerpo, sus manos y las ganas de tenerlo encima.
Alcancé el orgasmo. Un orgasmo delicioso por el que le agradecí. Un orgasmo que pude darme sola, pero en el que estuvo de forma muy presente este hombre que no sé si volveré a ver, pero que me dejó la mejor experiencia auditiva de mi vida.
Comadre Petra