Esta historia comienza cuando era una inocente, cuando no tenía una madre, pero sí un padre que estaba demasiado ocupado siendo proveedor, cuidando sus bienes y siendo infiel a su esposa, sí, el típico «macho». En ese tiempo yo era toda dulzura y jugarretas, trepar a los árboles, patinar y jugar básquet eran mis pasatiempos favoritos. Tenía un mejor amigo, él mejor jugador al escondite y al básquet, también me regalaba helado, la verdad era mi único amigo. En el colegio me daba mucha pena hablar con otros niños, era una niña muy tímida, así que me apoyaba en él; podíamos jugar desde que terminábamos la tarea hasta que se hacía de noche.
Fue en ese tiempo la primera vez que me tocaron «ahí», en mi vagina, era apenas una niña y sentía curiosidad por saber que se sentía cuando alguien te tocara ahí, además que a mí me gustaba tocarme, no entendía bien porque la gente grande hablaba tanto de eso. Así que bueno me dejé tocar ¿Qué podía hacer? Era una niña y estaba sola, además al principio no estaba asustada porque yo solo estaba jugando. De repente tuve tanto miedo que me paralicé, recuerdo que pude moverme solo cuando escuché el ruido de pasos, ¡alguien más estaba en casa! Salí corriendo.
Lo que paso después se borró de mí memoria. Recuerdo que sentía asco. Cuando me volví a encontrar con él, mi tío, algunos años después (yo tendría unos nueve años) en uno de esos compartir familiares decembrinos. Escape de su mirada, de sus palabras y de su presencia, lo más que podía. Sentía el estómago revuelto todo el tiempo y que iba a vomitar. Soy de las personas que nada le quita el hambre, pero esa vez me la quito, ignoro si alguien lo noto, tenía que bañarme rápido y vestirme, además de asegurándome de poner el seguro y mirar la puerta y la ventana a la vez. Sentía que estaba ahí atrás esperando la oportunidad para entrar, no debía descuidarme, no sé si estaba paranoica pero era verdad, estaba corriendo peligro.
No pude evitarlo todo el tiempo y así fue que me encontró a solas viendo la televisión, se arrodilló ante mí y me abrazó las rodillas, me tomo de las manos, fue allí cuando toda la rabia se apoderó de mí y me sentí tan débil, lo golpee con todas mis fuerzas, con mis puños cerrados. Había estado preparándome para ese momento, lo golpee más, pero no se alejaba de mí, sentí que mis golpes eran como unas caricias para él, yo no quería tocarlo más, hasta golpearlo me daba asco, ¿Por qué era tan débil? No dije una palabra, apenas pude huí y me escondí.
Ahora mi totona, mi vagina ya no sentía esa inocente curiosidad, ya no más, ahora sentía asco, ahora era un lugar vulnerable y prohibido. Yo sabía bastante bien que era un lugar al que todos querían entrar sin permiso así que la ignoré… a mi vagina. Me esforcé en ignorar esa parte de mi cuerpo, no fue nada sencillo sobre todo cuando tuve mi primera menstruación.
Así fui creciendo a los golpes y siendo la mejor candidata para víctima por ser mujer, yendo por los extremos de dejar a mi totona en el olvido y a la vez queriendo recuperar el tiempo perdido, o algo así. Quería entender como había personas que tenían sexo sin sentir nada el uno por el otro y lo que me paso fue que no sentí nada. Todo el acto carecía de sentido y me sentí usada ¡claro! es que usaron mi cuerpo para satisfacerse y yo había quedado en el olvido, como mi totona que era “la cosa” más importante que seguía en el olvido, pero yo no quería eso.
Lo peor de todo fue darme cuenta que esa no sería la última vez que me enfrentaría a algo así, no sería la última vez que intentarían violentarme, pues resulta que me encontraría por la vida con un montón de idiotas que querían que yo fuera su amante. Su novia frente a sus padres y amigos varones; solo su amiga frente a sus amigas y también debía actuar como su madre, quien lo recibiera siempre con los brazos abiertos, lo criara y cuidara y que por su puesto lo amara solo a él .
Yo tenía tantas cosas que decir que castigue a todas mis parejas por lo que me habían hecho. No a unos pocos sino todos. No me satisfacía de ninguna forma esos cautiverios del amor, así que no lo acepté, no quise ser más la niña abusada, la joven que sintió asco de su propio cuerpo, que respondía con violencia cada gesto, no quise más y así decidí está vez ser yo quien decida amar cómo, cuándo y a quien quiera.
Con esta idea en mente me puse una tarea: tener un orgasmo.
Editoras: Las Comadres Púrpuras