Tal vez este no sea el relato común que suelen leer, tal vez estas sean letras muertas, tal vez esto sea una cifra más.
Pero me niego a aceptar que este mundo siga tan tremendamente jodido.
Ella era Mel, una mujer como tú, como yo, como tu hermana, como tu prima, como tu amiga, como tu vecina.
Ella pidió ayuda, ella gritó, ella dijo: «¡Basta!»
Ella se alejó del infierno que la atormentaba, ella soñó con una vida sin cadenas, sin violencia.
Ella soño ver crecer a sus hijos.
Ella luchó entre la vida y la muerte para quedarse entre nosotros.
Una mañana luego de que dejará a sus hijos encaminados en el transporte escolar de siempre, no se imaginó que sería la última vez que vería sus rostros al despedirse.
Ella subió sintiéndose a salvo en aquel ascensor donde más de una vez coincidimos hasta el piso 12, allí habitó en uno de esos apartamentos durante la mitad de su vida, era su hogar, asumió haber encontrado al amor, se casó… Se casó con un hombre que fue un monstruo.
Durante muchos años mantuvo en silencio su dolor, en muchos años estuvo cautiva del miedo, en muchos años normalizó el maltrato.
Hace menos de un año, en la mañana de un día común, gritó...
Gritó tan fuerte que las paredes comenzaron a tambalearse, derrumbó cada una de ellas, esas paredes que la mantenían presa, presa de la violencia, presa del dolor, presa del miedo.
Ese día estuvimos allí, estuvimos con ella en esos momentos donde se creyó sola. Estuvimos cuando aquel policía le dijo que no denunciara porque ese era el papá de sus hijos a pesar de haberle partido el tabique nasal, haberle destruido su casa, haberla amenazado con un cuchillo, haberle robado su libertad.
La voz de esos policías fue silenciada por el grito aguerrido que Mel dio ese día, el grito de ¡YA BASTA! a pesar de que cada vez nos ponían más difícil el proceso de denuncia, al llegar a la jefatura de aquella parroquia nos pidieron hojas blancas para poder gestionar la denuncia, Nos seguían queriendo intimidar para que habláramos con el agresor, para que lo dejáramos ingresar a la casa. Aquellos funcionarios no tenían ni el mínimo de sensibilidad ante la hostil situación.
Luego de unos meses, cuando Mel se sentía a salvo, ese maldito monstruo vuelve atacar y esta vez nadie pudo escuchar su grito, nadie pudo intervenir. Nadie pudo evitar la desgracia que hoy destroza mi ser.
Ese monstruo la mató esa misma mañana donde Mel se despidió de sus hijos para que fueran a la escuela, ese cobarde la dejó en agonía, ese cobarde escapó, escapó suicidándose.
Hoy Mel murió violentada.
Hoy Mel se convierte en una cifra mas del femicidio sin resolver.
Hoy Mel muere esperando respuesta del sistema judicial.
Hoy Mel dejó dos hijos.
Hoy Mel dejó una madre y un padre que dicen con gran dolor y sin consuelo alguno: «Ese hombre logró lo que quería»
Hoy Mel nos recuerda que no debemos dejar de luchar.
Hoy Mel nos recuerda que no debemos dejar de gritar, que debemos hacer eco de cada caso.
Hoy Mel nos pide que no dejemos que sigan en libertad, sin justicia esos monstruos que arrebatan los sueños, que arrebatan la vida.
Hoy y siempre todas y todos gritemos unidos:
¡YA BASTA!
¡YA BASTA DE VIOLENCIA!
¡YA BASTA!
¡NI UNA MENOS, VIVAS NOS QUEREMOS!