La luna | Las comadres Purpuras

¿Me gusta una mujer?

Historia de un amor inesperado en la universidad. Un encuentro casual con una chica misteriosa, despierta sentimientos intensos y confusión. ¿Cómo reconocer y aceptar la atracción hacia otra mujer? Acompáñame en este relato personal sobre el descubrimiento de la identidad y la emoción del primer amor.

Comadre Petra. Estaba en tercer semestre de la carrera. Era un día normal, tranquilo, sin novedad alguna. Y de repente, así de la nada, apareció. Nunca la había visto, no sabía quién era, ni qué estudiaba… Pasó frente a mí y yo quedé ahí, tiesa, anonadada, impávida, sin dejar de mirar por donde había caminado, sin entender qué me estaba pasando, sin razonar, ni ser consciente del tiempo transcurrido. Fueron unos minutos que me parecieron años, un momento que aún conservo en mis recuerdos por el nivel de intensidad que representó verla por primera vez. 

 

No dejé de pensarla o buscarla en los pasillos de la universidad con la mirada, esperando que volviera a pasar solo para poder mirarla, porque ni loca me iba a acercar. 

 

Volvió a pasar por la plaza de la univerdad, recuerdo claramente que tenía un suéter verde cuello de tortuga, iba muy seria y con el cabello muy negro suelto que se movía con la brisa en cámara lenta como en una película (o yo registré el momento como una). Un compañero de clases se dio cuenta y me preguntó ¿Qué te pasa? Y no me aguanté y le dije: Creo que ella me gusta. Él no se sorprendió, y si lo hizo no lo expresó, cosa que agradecí profundamente, porque estaba en pánico. Haberlo dicho lo hizo real, ya no la tenía solo en mi cabeza dando vueltas. Ya lo sabía otra persona.

 

Dos días después, fui a buscar a mi mejor amiga a clases ¿y quién salió del salón a fumar? Nada más y nada menos que la misteriosa chica que me quitaba el sueño. Ella solo me miró, porque obviamente no sabía de mi existencia, pero yo sentí que me iba a derretir. Nunca la había tenido tan cerca. Afortunadamente, salió mi amiga, se despidió y empezamos a caminar, también se dio cuenta qué me pasaba algo. Le pregunté quién era ella y me dijo que era Patricia, callada, pero pana y siguió el ¿por qué? Por nada, curiosidad, le dije.

 

Después iba todos los días a buscar a mi amiga en mis horas libres para ver a Patricia. Era tan hermosa. Yo solo me consolaba con verla. No quería más nada. Era un gusto genuino, ingenuo, inocente. Un gusto de las primeras veces. Ese que te sorprende, pero que se siente bien, aunque por momentos angustia por no saber qué hacer.  

 

Luego de verme tantas veces esperando a mi amiga, Patricia que siempre salía del salón antes que nadie, me saludó. Fue un hola simple, pero yo sentí que me gané el cielo. Tenía una voz profunda, hablaba casi sin mover los labios, pero con firmeza. De ahí en adelante siempre me decía hola, hasta que un día me preguntó de qué carrera era, y comenzamos a hablar cada vez más seguido. Nos encontrábamos en pasillos y hasta llegó a sentarse conmigo en el comedor de la universidad. Mi amigo, el que sabía, me insistió en que se lo dijera, pero no sabía cómo, me daba miedo que me rechazara o peor, que se ofendiera y no me volviera a hablar, porque yo era feliz conversando con ella. 

 

Un día llegué más temprano de lo normal a la universidad, y ella ya estaba sentada en la plaza sola fumándose un cigarro y escuchando música. Dudé, pero me acerqué, me saludó con afecto. Más de lo que había demostrado en todos los meses que teníamos conversando banalidades. Y ese abrazo que me dio, me puso nerviosa, pero sentí un impulso gigantesco de querer besarla. ¡¡¡Dios mío!!! ¿Qué debía hacer? No lo supe. Quería besarla y huir. Eran demasiados pensamientos por segundo. 

 

La miré fijo durante unos segundos, ella con sus ojos enormes me miró desconcertada, pero le hice caso al impulso y le dije: Patricia, tú me gustas. Sentí que todo se puso frío y que me iba a morir, y ella solo sonrió, me agarró de las manos y me dijo: tú me gustas a mí. Fue como una explosión, de frío pasó a caliente, tenía los cachetes prendidos en calor, las manos, mi corazón latía muy rápido. E inmediatamente pensé, ¿y ahora?

 

Pasamos semanas juntas para arriba y para abajo, nos acompañábamos a la parada del autobús o al metro, nos esperábamos para comer, nos regalábamos cositas, íbamos a parques, hablábamos mucho tiempo por teléfono los fines de semana. Y la tensión iba creciendo, pero ninguna con su cero experiencia con mujeres daba el primer paso para el ansiado beso. 

 

Un lunes me preguntó qué planes tenía en la tarde, le dije que ninguno y me invitó al cine, no había nada bueno que ver, nada, pero insistió en que entraramos a ver una película de suspenso. La sala estaba vacía, había otra pareja, pero a muchas filas de distancia de la nuestra. Hicimos chistes viendo los tráiler y cuando empezó la peli, me abrazó, sentí que estaba temblando un poco y asumí que era el aire del cine y por eso me abrazaba. Luego pegó su cabeza de la mía, levantó el posa brazo y se pegó más a mí, sentí que estaba temblando y me dio curiosidad, volteé para preguntarle al oído si se sentía bien y me besó, fue un beso suave, delicado, dulce, sus labios eran increíbles; me sorprendió la calma y la pasión con la besaba, y descubrirme a mí besando de la misma manera, siguiendo el juego de su lengua sedosa y deliciosa en medio de la oscuridad de esa sala de cine. 

 

Nos besamos mucho rato, con mucha intensidad, con ganas de no despegarnos, abrazadas, haciéndonos una sola. Y llegó el desenfreno, se desató la pasión contenida durante tanto tiempo, nuestras manos, con vida propia, empezaron a explorar el cuerpo de la otra, nos tocamos las tetas, primero sobre la ropa y luego sin ningún pudor, ella levantó mi franela, me abrió el sostén, y las acarició, las apretó, las tocó, mientras me besaba con deseo. En un momento se separó, me miró a medio vestir y fue directo a mis pezones, los lamió tanto y tan rico. Nunca me había sentido así. Nunca. El nivel de excitación era increíble, sentía que toda mi pantaleta estaba mojada y que estaba traspasando el pantalón. Tenía todo el cuerpo caliente y temblaba entre la emoción del momento y el miedo de que nos descubrieran. Patricia estaba poseída, las desconocía, pero me gustaba lo que hacía. De momentos pensaba, es una mujer, estoy haciendo todo esto con una mujer, pero era tan divino que no quería que parara, quería que siguiera haciendo lo que sentía, quería y deseaba hacer. 

 

Luego sin aviso, se arrodilló entre mis piernas y me bajó el pantalón junto con la pantaleta hasta quedar mi vulva al descubierto. Le dije que ahí no, pero me ignoró y fue directo a mi clítoris con su lengua. Lo lamió como si no hubiera mañana, como si esa era la única oportunidad que tendría en la vida de disfrutar de mi cuerpo, me lamió sin desesperación, pero con la decisión de darme un orgasmo y una de las mejores experiencias de mi vida. 

 

No podía gemir, y eso le gustaba más, tenerme semi desnuda, caliente y loca por ella, era lo que más le gustaba, lo descubrí luego. Siguió lamiendo y tocando mis pezones con delicadeza hasta que tuve un super orgasmo reprimido por la presencia de otras personas en la sala. Ella se levantó y me besó. Me vestí temblando y asombrada de todo lo que acaba de pasar justo unos minutos antes de terminar la película con la mujer que me gustaba, con la que pensé que no iba a pasar nunca nada y terminó pasando mucho más en una sala oscura de cine que se convirtió en nuestro lugar de encuentros sexuales furtivos durante una temporada de diversión, aceptación y enamoramiento. 

 

Estuvimos juntas un año y medio. Hasta hoy no recuerdo el nombre de la película, pero sí lo delicioso que besaba esa mujer. 

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