Soy una mujer que vive en concubinato desde hace un año. Vivo con un hombre y nuestra relación ha tenido sus altas y bajas. Inicio con esta idea, quizás, para explicar lo que me ha ocurrido en los últimos días.
La situación del país afecta en todos los sentidos: la necesidad imperiosa por resolver la comida, la cotidianidad y la corrupción desmedida en todas las esferas: la moral, emocional, ética y corporal; han sido afectadas por la crisis política, económica y social en la que estamos subsumidxs.
Desde hace unos meses nuestros encuentros sexuales comenzaron a verse truncados por la apatía, la monotonía y el desánimo. Él, me ha hecho saber que es así.
No es otra mujer
No es otra cosa paranoica
Todo esto ocurre desde su posición y primeramente ésta es la que describo, pues a mí, la situación, por lo menos no me lleva a esas esquinas del no-placer.
Un día después de hablar con él y decirle que buscáramos apoyo, que hiciéramos otras cosas, él afirmó y dijo que eso se le pasaba. Reflexionaba ante el sacrificio y abnegación del cuerpo y me decía, que no. Él no iba a sacrificar mi cuerpo al no placer, no quería dejar de sentirlo, dejar de sentirme viva. Fue así que me busqué un amante.
La historia parece corta, pero mi reflexión no va hacia la culpa, porque no siento ningún tipo de culpa. Sino hacia el sacrificio de cómo las mujeres dejamos de sentir placer, de disfrutar nuestro cuerpo: por la culpa y la abnegación. Sí. Fui infiel. Pero todo es desde el cristal con que lo mires.
Mis sentimientos y mi relación hacia mi pareja no han cambiado en absoluto. Todo sigue igual, como antes de haber estado con otra persona. Sigo siendo leal a él, a mi compañero. Aquí se desmorona la moral y se impone el pensamiento racional occidental. No es una justificación abierta para que las mujeres estén con otras personas que no sean su pareja.
La que estuvo con esa otra persona fue una mujer, no fue la pareja de nadie. Fui una mujer en busca de satisfacer unas necesidades puntuales, pues mi placer no se negocia con nadie. Mi cuerpo no lo negocio con nadie.
Mi goce es una experiencia, primero personal, que la hago colectiva con otro ser
Somos depositarias
La herencia cultural, social y política sobre nuestros cuerpos, nos marca nuestro accionar dentro de nuestra realidad. Las mujeres llevamos la herencia del linaje de nuestras madres y abuelas. Un linaje cargado de opresión, violencia e invisibilización.
La sexualidad para nuestras abuelas era un tabú. La maternidad era el objeto de realización y el “ser” de las mujeres en el mundo.
Estaban obligadas a ser vírgenes en cuerpo y alma. También en sus pensamientos. La educación sexual era inconcebible así que el placer como experiencia fue invisibilizada por ende, desconocida.
La configuración que tenemos sobre el deseo es desde la violencia, porque somos depositarias de una historia de opresión hacia las mujeres… hasta ahora.
El deseo se convirtió en un pecado, en la algo restringido y ajeno al cuerpo, sentir deseo es símbolo de pecado, es destinado para solo una clase de mujeres, las de “la vida pública”, las putas, las golfas. Por eso también la culpa se nos ha convertido en parte de nuestra herencia, la culpa por sentirnos vivas, reclamar y ejercer el derecho a nuestra felicidad, a nuestro placer.
Mientras el sexo no lo alejemos solo del hecho reproductivo y lo convirtamos en un acto de placer y lo enseñemos a nuestras hijas, nietas, hermanas, sobrinas, primas, hasta ese momento no lograremos el conocimiento y autonomía de nuestros cuerpos.
La transmisión de lo prohibido, del no-sentir tenemos que deslastrarlo de nuestra mente y nuestro espacio sensitivo corporal.
Eduquemos el placer como un elemento esencial para la vida de las mujeres, enseñemos que el placer no se negocia con nadie y que es una decisión de nosotras, las mujeres.