Ledania: esa mala fama donde creen que todos somos Pablo Escobar.

Colombia es uno de los puntos cardinales del arte mural latinoamericano. Bogotá, su capital, vive agobiada por las contradicciones urbanas propias de toda urbe occidental, pero de un modo desgarrador: una triada formada por el lujo y el poder, una efervescente y cosmopolita bohemia y la miseria más violenta parecen bombear el corazón de la ciudad.

En Colombia vi a un hombre más allá de todo abismo emocional defecar a pocos metros de la Casa de Nariño, a plena luz del día, ante la indiferencia de los transeúntes. Varias cuadras más allá una pared llena de murales señalan el lugar donde asesinaron a Gaitán. Una mujer era golpeada a palos de escoba a cinco cuadras del Hotel Tequendama, entre cuyas columnas de color áureo, te recibe un retrato de Álvaro Uribe. Esa ciudad es la que conocí, allí admiré a los artistas colombianos que, como quien extrae agua de las piedras, hacen arte en los lugares más ahogados por la desesperanza de su ciudad.

En ese maremagnum de tragedia y maravilla encuentras las obras de Ledania. De padre artista y madre artesana, muy motivada por ellos desde la infancia, parece no tener más destino que el arte. Efectivamente, estudia artes visuales. Pero la toma del espacio público le vino de una doble motivación: el desprecio por las dinámicas privadas del mercado del arte (y sus consumidores) y el empuje interior de, como ella misma dice:

“Ensordecer el gris de mi ciudad que era Bogotá en ese momento y volverla más colorida”

Y si bien, como ella misma considera, aún está en la búsqueda de su lenguaje plástico, el objetivo de vencer al gris es ya un logro de su obra, que es exuberante. La ternura de su imaginario impide que nos apabulle su barroquismo, su desbordante obsesión por abrumar el espacio de figuras, ornamentos, colores, colores y más colores.

Sus complejos entramados gráficos de color plano que se suman para armar figuras envueltas en cadencias y rítmicas cromáticas, podrían parecernos un lúdico y travieso devaneo puramente estético, pero en realidad todo ese juego persigue una ambición:

Como latinoamericana me gusta explorar mucho mis propios rasgos culturales indígenas que existen en Colombia y demostrar que aquí hay felicidad y colorido, arraigo cultural, emoción, y no solamente la mala fama que tenemos como colombianos donde creen que todos somos Pablo Escobar, o drogadictos y esas cosas

Ledania

Es allí donde sus murales operan la felicidad: su obra es la expresión festiva, lúdica, traviesa y naif de una motivación que acaso no se da del todo cuenta de lo delicadamente política que es. Arte que se divierte, arte que se demora sin complejos en la belleza, arte para cambiar la cara de su entorno, pero también un arte para identificarse con la herencia cultural originaria (para reinventarla) y para romper por el medio de la calle una identidad distorsionada, rota y oscura de una nación desgarrada por sus infamias.

Ledania es al fin y al cabo un delicado triunfo sobre las contradicciones de su propia ciudad y país: es el brillo de la maravilla sobre la prepotencia de la oscuridad que todo lo deshumaniza, que todo lo desarraiga.

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