La crisis del desamor desde una visión feminista

A las mujeres se nos educa para aguantar, para soportar, para ser sumisas y siempre sufrir, pase lo que pase, esa es la premisa principal: el sufrimiento.

¡Lo personal es político! Cuanta fuerza y vigencia viene a recoger esta frase justo en estos momentos tan críticos que atravesamos las y los venezolanos. Todos los días debemos sobrevivir a la crisis social, la falta de dinero, la especulación, el circo político y pare usted de contar; a lo que se suman los demonios personales que enfrenta cada quien. Y es que nuestras vidas personales también se encuentran cargadas de una serie de situaciones tales como: separaciones, rupturas, enemistades y muchas otras cosas, que se juntan para hacer de tu existencia un batido explosivo de la supuesta “histeria” femenina. Cómo vivimos y sentimos las emociones las mujeres, porqué el terminar una relación, el colocar el punto y final de un ciclo, se torna tan terriblemente jodido y doloroso, e inmediatamente debes cargar en silencio toda tu tristeza y continuar siendo “la mujer 20/20”. Que tus problemas no invadan el espacio público, y es que justo ese es el problema, pareciera que cumplir con las expectativas sociales también significa que debes ser feliz para siempre o mejor dicho debes aparentar una supuesta felicidad, la felicidad de la explotada.

Cuán difícil se vuelve para las mujeres no caer en crisis en un sistema que está hecho para desequilibrarte, porque si sufres en demasía, estás mal, pero si no sufres, también estas mal, porque no te duele la ruptura o no te duele la separación. Es decir, nos atan a una pierna el sufrimiento.

Ilustración: Andea Dreilli
A las mujeres se nos educa para aguantar, para soportar, para ser sumisas y siempre sufrir, pase lo que pase, esa es la premisa principal: el sufrimiento. Es por ello que cuando cerramos un ciclo amoroso lo primero que se espera es que caigas en el hueco absoluto de la miseria del guayabo; sin importar si tu ex pareja era un macho vernáculo o un compañero con grandes virtudes, lo que importa es que sufras, llores y te auto sabotees. Cuando esto no sucede y nos sentimos en calma, comenzamos a agobiarnos con la culpa de sentirnos bien “¿cuándo será que comience a sufrir? ¿Por qué no me siento triste? ¿Qué parte de mi no está bien?”
 
Los problemas personales afectan todas nuestras dinámicas de vida, por ello que la colectividad se hace muy importante para mejorar o empeorar una determinada situación. Como feministas, nuestra visión del amor la entendemos como un acto político, definir lo que conlleva amar a una pareja que rompa con lo establecido por las lógicas patriarcales, es sin lugar a dudas una decisión de vida.
 
Tratar de construir un nuevo tipo de relación que se aleje de las hegemónicas y establecidas es un camino difícil, doloroso y cuesta arriba, porque partimos desde la tarea titánica de deconstruir nuestras subjetividades, desnaturalizando lo que desde pequeños nos enseñaron en los espacios de socialización. El amor de novela, “se sufre pero se goza” y en definitiva derrumbar el ideal del amor es MUY JODIDO, por más que entiendas, teorices, comprendas las ideas feministas y revolucionarias.
 
Avocarse a la misión de construir una relación representa un verdadero acto de fe, un proyecto de vida que en ocasiones puede desgastar, que no es imposible, pero si es difícil. No podemos desligar el amor de nuestras prácticas como revolucionarias y revolucionarios porque las relaciones de pareja son un acto político, cómo nos relacionamos con las y los otros, es también cómo asumimos la vida, nuestros discursos políticos no deben ir alejados de nuestras prácticas, la vida dentro del espacio “privado” es solo una pequeña muestra de las situaciones a las que nos enfrentamos en el espacio de lo público.
Ilustración: Andrea Drelly

Las tristezas también forman parte de lo político

Si nosotras no estamos bien en un sentido personal, las demás cosas que surgen alrededor se comienzan a tambalear. La sociedad patriarcal en la que vivimos ha denominado el espacio de las vivencias personales como lo “privado”, en este sentido, sentir, es visto como una debilidad propia de las mujeres. “Los trapos de casa, se lavan en la casa”; decía mi madre y todas las abuelas en algún momento de la vida y aún continua siendo una frase recurrente en nuestras conversaciones cotidianas. El tema con el espacio privado es que los problemas a los cuales nos enfrentamos no son, ni  están ligados únicamente a las mujeres.
 
Si una mujer está en crisis muchas cosas que dependen de ella, en este esquema patriarcal, se ven afectadas directamente; es por ello que el apoyo que brindemos a nuestras amigas, hermanas, compañeras es muy necesario para que ella pueda sobrellevar su propia nostalgia. La tranquilidad que generemos dentro de nosotras es justamente la que nos da la fuerza para asumir las tareas, luchas y responsabilidades  de nuestra cotidianidad. Entender que podemos sentir, nos da la base para continuar el camino trazado, si no aprendemos a ver todas las acciones de nuestras vidas como actos políticos en sí mismos y asumimos las consecuencias de dichas acciones como parte del camino que hemos elegido, corremos el riesgo de colapsar en el intento de vivir.

Vivenciar nuestro dolor; se convierta en una potencia transformadora de realidades

Rodearnos de amigas y amigos, de familiares, relacionarnos con nuevas personas, hacer cosas diferentes y decidir avanzar en los procesos de crisis son decisiones de vida, es una postura política de como enfrentamos las cosas, los cambios y los nuevos procesos que asumimos.

Conocernos, dejarnos sentir, vivenciar nuestro dolor; se convierta en una potencia transformadora de realidades, en donde el apoyo de las colectividades es la base para sostenernos. Debemos aprender a curarnos en colectivo, a sobrellevar los malos momentos en conjunto, ese es un acto verdaderamente revolucionario.

Las mujeres debemos aprenderlo, debemos vernos la una a la otra como iguales, y no en competencia, sin juzgarnos y criticarnos, somos mujeres y por tal nuestras vivencias y sufrimientos están marcadas por un opresor en común: el patriarcado; que esta inoculado en nuestras dinámicas de vida y la misión es erradicarlo. 

Por eso hoy decimos con más fuerza que nunca que lo personal es político y lo político es sin lugar a dudas una batalla personal.

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