Reflexiones acerca del arte del movimiento
Vivimos una era en que el empoderamiento del cuerpo se ha convertido en el estandarte que nos guía hacia una supuesta libertad anhelada, fenómeno que se refleja en un creciente interés por el estudio y revaloración del cuerpo.
Sin embargo, sabemos que estamos inmersos dentro de una sociedad de consumo y que, como muchos otros emblemas y movimientos libertarios que han acontecido en la historia, el empoderamiento del cuerpo es usado como una noción de identidad más que puede venderse.
Así como en la sociedad, también en el campo de la creación escénica el cuerpo ocupa un lugar fundamental. En la danza específicamente el cuerpo es sin duda la herramienta más importante. El bailarín dedica toda su vida al cuidado de su cuerpo: a un entrenamiento minucioso y a una preparación disciplinada e intensa con el fin de obtener un conocimiento profundo de sus capacidades físicas y expresivas.
A pesar de la belleza que produce y del efecto de encantamiento que pudiera causar el control físico del cuerpo, no es suficiente el virtuosismo del bailarín si este no dirige su dominio hacia un sentido escénico, el cuerpo no es un fin en sí mismo, es el medio por el cual el movimiento se manifiesta. El cuerpo es una herramienta de expresión y no de representación dijo Trisha Brown.
El coreógrafo y el intérprete realizan su labor a partir del cuerpo, enfocados en el movimiento que éste produce y sus significantes en la escena. Trabajan en permanente relación con todo lo que modifica y define el movimiento (tiempo, espacio, peso, gravedad, etc.), y en la cual intervienen factores externos que impulsan a la acción, exigiendo que su atención, a partir de sí mismo, a la vez salga de sí mismo. Esta concentración fuera de sí, posibilita la transformación de ese cuerpo cotidiano para convertirlo en un medio de expresión al servicio del movimiento y de las acciones escénicas que realiza.
Entonces, finalmente el cuerpo se olvida de sí mismo, se libera, y me atrevo a decir que el cuerpo en el hecho dancístico “desaparece” para dar lugar al movimiento y al sentido de lo que paradójicamente proponemos comunicar desde él.
En ese preciso momento que el intérprete olvida su cuerpo y concentra todo su esfuerzo en las acciones y en el movimiento que produce, inicia una transformación donde su imaginación y sus sentidos se conectan y se activan para a su vez establecer un vínculo con la imaginación y los sentidos del espectador que presencia ese proceso de transformación.
Kazuo Ohno, pionero de la danza butoh, tiene una visión fascinante sobre este proceso, explica que justo cuando te olvidas de ti mismo -y dice: cuando nuestra danza enloquece- sucede la transformación. Cuando nuestra danza enloquece desaparece ese cuerpo cotidiano para dar rienda suelta a la imaginación, para dejar expuesto un mundo interior que no está sujeto a una lógica cotidiana, donde se devela un “misterio”, una transformación poética del cuerpo. Un verdadero acto libertario completamente fuera de los valores relacionados con los parámetros del consumo.