Bueno, soy negra

En mi adolescencia odiaba mi boca, mi papa me decía con en tono de burla, que de donde yo había sacado esa boca tan grande de negra, si él tenía su boca tan pequeña y ¡fina!

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Comadre Amarna. Siempre he creído, como dice Heráclito, que uno no se baña dos veces en un mismo río, es decir, todo está en constante cambio. No somos lo mismo hoy ni mañana.  Cada día somos un poco diferentes.  Por eso, con 28 años, hace cinco, descubrí que era negra, no porque nunca me haya dado cuenta o no lo supuse por tener un padre negro; pero no comprendía que muchas de las cosas que me ocurrieron para poder aceptar mi identidad, mi cuerpo, sentirme bien conmigo pasaban por ciertas reflexiones sobre de donde era.

Ilustración: Gerrel Saunders

Mi mamá cuenta que cuando mi hermana mayor estaba pequeña, llegaba llorando del colegio porque le decían que su papá era negro y mi hermana enfurecida les gritaba que ¡no!, que él era ¡marrón! Llegaba llorando a la casa y le decía a mi mamá que su papa era marrón. Yo no sufrí mucho de eso, nunca vi ninguna diferencia, solo veía a mi papá como el ser más alto del mundo y el negro más grande y fuerte que podía existir.

Cuando era niña mi papá nos contaba a mis hermanos y a mi sobre nuestros antepasados.  Su papá, mi abuelo, había sido caletero durante muchos años, un hombre honrado, responsable, que le enseño los mejores valores a sus hijos e hijas; como trabajar, estudiar y ser buenos hombres y mujeres, esas eran las descripciones de mi padre a las tres de la mañana cada vez que tomaba, no los contaba con lágrimas en los ojos. Llegaba y nos hablaba de lo grande y trabajador que había sido su papá. En fotos mi abuelo era un negro flaco, huesudo como diríamos por acá, grande y con una cara siempre ceñida, cuentan que transmitía mucha paz y nobleza; pero existía otra historia de mi abuelo, que mi papá contaba cuando no tomaba. 

Mi abuelo era de un pueblo llamado La Sabana, pueblo costeño negrero, donde se asentaron comunidades negras durante el proceso se asentamiento de poblaciones durante la época colonial en Venezuela. Un pueblo hermoso, lleno de mucha calidad humana, de allí viene mi abuelo. Mi papá decía que ese pueblo había sido poblado por un barco negrero de reyes africanos que se habían perdido y sin querer llegaron allí y fundaron ese pueblo, que de allí venían nuestros antepasados ¡negros finos africanos! nada de esclavos.

Bajo esta idea, nos fueron diciendo que siempre hay que mejorar la “raza”, en tono de broma, pero que no fuéramos a llevar un negro para la casa, que él quería yernos blancos para que sus nietos y nietas, fueran blancos con los ojos verdes y le dijeran: Abuelo. Como dicen, las mejores verdades siempre se dicen riendo. Sobre con un humor tan racista del que estoy rodeada.

Ilustración: Gerrel Saunders

Por otro lado, está mi madre, quien en su añoranza de mi infancia lo primero que recuerda con pesar era mi lindo pelo LISO y AMARILLITO. Siempre lo menciona con mucho dolor, ya que ella no sabe ni se explica, en que momento mi pelo se DAÑO, que cree que fue una peluquera malvada que me echo mal de ojo, por lo lindo que yo tenía el pelo LISO Y AMARILLITO. Por cierto, mi mamá es una mujer blanca de ojos verdes y de pelo liso “malo” como le digo yo, porque ese pelo no se le puede hacer nada por lo liso que es… es un pelo sin sabor

Tener este panorama de mi pasado tan extrañamente contado trajo sus fuertes compresiones del presente. En mi adolescencia odiaba mi boca, mi papá me decía con en tono de burla, que de donde yo había sacado esa boca tan grande de negra, si él tenía su boca tan pequeña y ¡fina!  Eso me dolía tanto, me hacía sentir tan mal, porque yo no quería tener una boca grande, quería tener una boca ¡fina! y “normal”. Quería que todo mi cuerpo dejara de ser tan grande, tan grueso, quería que fuese más pequeño, más a gusto con lo que yo veía en televisión, en las mujeres blancas, deseaba tener el pelo liso, lo anhelaba más que nada en este mundo. Me hice los mismos tratamientos de alisado que se hacían mis tías en sus grandes afros.

Me quemaron el cuero cabelludo muchas veces mientras me convertía en una mujer de pelo liso. Y yo me sentía fabulosa, hasta que llovía o sudaba. Para ser delgada, fuí bulímica y para mantener el pelo liso compraba champú para “pelo liso”, con la absurda idea dentro de mí que eso me iba “ayudar”. Obvio la ayuda que necesitaba yo era de otro tipo: un buen libro o una cachetada. Que ridícula idea de comprar champú para pelo liso, pensado desde mi ridícula lógica, eso iba a dejar mis rulos más aplacados, lo peor era mi capacidad de convencimiento ante tan risible y absurda idea, recuerdo que entre más “liso extremo” decía la etiqueta más convencida estaba yo de que iba a funcionar.

El buen libro llegó, y la cachetada también, pero de la vida. Un despecho me permitió morir y volver nacer. Comencé a detallar varias cosas de mi cuerpo y de mi identidad, comencé a apreciar la hermosa formación de rulos en mi pelo y el poder que me hacía sentir tener mi pelo suelto y con unos rulos espectaculares. Me sentí poderosa, reconocer mi pelo fue el primer paso para sentirme bien conmigo misma, a que no tengo ningún pelo malo. Entendí que mi boca es hermosa, grande como de Negra Bembona como decía mi padre y no la mire con enojo sino con un profundo orgullo. Tengo pelo de negra, boca de grande y gruesa de negra. 

Si, así soy. Soy negra, de la costa. Negra grande y con melena alborotada

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Somos un grupo de amigas, parias y rebeldes. Nos dimos cuenta que la brujería y los movimientos paganos comunicacionales son lo nuestro. Aún pateando calle y con un poco de paciencia, nos adentramos en el mundo cibernético. Ladramos, mordemos y cuando llega el momento nos ponemos el monóculo. Maestras en el arte comunicacional y politólogas, aferradas a la loca idea de cambiar al mundo con un poco de humor.

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