Publicado por primera vez en
el mes de septiembre de 2017.
Imagino dentro de diez años encontrarme con gente querida con la que hoy no puedo sentarme más de diez minutos a conversar sin sentir mucha tristeza por sus argumentos en defensa de lo que estoy segura atenta contra su ética, contra su propia historia individual, y contra toda mínima razón de la justicia.
Una sabe que el silencio a veces es un mecanismo para preservar el cariño, entonces calla, comprende ya sin sorpresa, que estamos en un momento de enajenación colectiva de tales dimensiones que el gusano de los absolutos y la irracionalidad logra comerle la cabeza a personas cuyos valores libertarios han guiado sus vidas en los caminos de la lucha social.
¿Qué nos diremos de nosotrxs mismxs, de lo que hicimos y dejamos de hacer, de los que se fueron, de los que se quedaron, diez años más adelante?
¿Qué diremos de este tiempo de quiebres?
¿Esta grieta que nos separa virtualmente será tan profunda como para separarnos definitivamente?
¿O por el contrario viviremos estos quiebres colectivos e individuales como posibilidades de reajustarnos en nuestras convicciones más allá de las coyunturas localistas de nuestro hoy reducido, patético y pueril momento político?
Nos habitan las sombras que devoran el suelo a nuestro paso, de ellas aprendemos a andar con premura
Escucho los escuetos, aún tímidos, pero cada vez más numerosos testimonios de la derrota, coinciden y nacen en la rabia, una rabia descomunal que nos sobrepasa el cuerpo, que nos hace despotricar contra las acciones de las cúpulas, la derecha en oposición y la derecha que gobierna; hoy escribimos con esa rabia porque es lo único que podemos reconocer como auténticamente nuestro, nadie nos la mete por los ojos, la realidad es inversamente proporcional a los millones de dólares que se gastan en este país en propaganda política, que sin caer en detalles, ha caído en la más asquerosa y baja subestimación a nuestra inteligencia.
Lo siguiente es una profunda reflexión individual, que nos hace pisar con mucho cuidado el presente por miedo a resbalar en el error de seguir siendo la mano útil y tonta de los ricos de siempre y de ahora.
Les preguntaría, porque es pregunta que me he hecho día tras día desde hace un par de años, ¿da más miedo redefinirse como militantes revolucionarixs fuera de la polarización y sin paternalismo, que convertirse en un instrumento repetidor y sordo de un discurso político idiotizante, totalizador y peligrosamente fanático?
Por supuesto que una, después de tanto escuchar verborreas infladas, llenas de estadísticas vetevetianas, empieza a dudar de su incredulidad, y se cree “negativa”, “pesimista” “poco patriota”, y otro montón de adjetivos sacados de la mano florida de la desesperación por ser, seguir siendo, no importa para qué, cómo, ni lo que cueste, parte de ALGO, y ese algo tristemente hace ya bastante tiempo pasó de ser un campo fértil para la transformación de una sociedad al parque de diversiones de la esperanza de un pueblo roto, que recibe el algodón de azúcar como si fuera alimento, y el vértigo a las alturas como sacrificio que hay que hacer para que no pare nunca, nunca, la rueda interminable de la miseria y el saqueo de la tierra. Y es así como un corrupto, ladrón, sapo, macho, como Diosdado, termina siendo el ícono de una “revolución socialista, feminista, humanista, ista, ista”.
Diez años, en esa conversación imaginaria, les preguntaría, ¿en serio? ¿De verdad lo creíste? ¿O era más fácil calársela para sobrevivir en medio de ALGO, aunque ese ALGO esté cada día más lejos de la sociedad que soñamos, de la que pregonamos con el hacer en la casa cada día, incluso en las pocas, poquísimas acciones colectivas que se mantienen al margen del show del Mazo Dando?
¡El asco! Hay días que puedes amanecer vomitando, débil, con jaqueca, y no entender qué te pasa, hay días en los que el horror de la muerte como show y del show de la “justicia”, puede reducirte en un cuerpo escupiendo el asco que no le cabe dentro, exterioriza y enferma, busca huir de sí o hundirse en sí, y se aliena en un aislamiento muy parecido a la resignación.
El feminismo es un hermoso riesgo de implosión
Atrapadxs en una política de la mediocridad que nos impide vislumbrar cualquier horizonte, como un matrimonio de violencia donde el mismo hombre que te pega y te viola, al día siguiente te promete amor con un ramo de flores, exigiendo el perdón que como buena mujer debes darle.
Terminamos creyendo que esa tragedia es el amor, esa humillante reducción de la vida a una relación de amo y esclava, que sobrevive en el tiempo para no dar de qué hablar, o porque de ese violador depende nuestra comida y la de nuestrxs hijxs.
El “socialismo del siglo XXI” es un matrimonio que te regala un día al mes una cajita llena de carbohidratos con la fantasía de la autonomía del pueblo contra la guerra económica, ¡debemos agradecer, siempre, las bondades de la educación pública y gratuita, incluyente, en escuelas y universidades que siguen siendo depósitos de niñxs deformados por maestrxs reaccionarixs, católicxs y en su mayoría profundamente ignorantes. Pero, es el gobierno de los pobres! Y los pobres se sacrifican!
Hasta la capacidad de pensar por nosotrxs mismxs se sacrifica.
Pocos son los estallidos de luz que permanecen vivos sin convertirse en carne fresca para la feria del espectáculo, todo intento de organización popular será reconocida, no reprimida y legítima si tiene el aval del falo gobernante en sus múltiples rostros, en el del «camarada» del barrio que tiene «sus contactos», en el del «compañero» ex ministro que aún tiene sus contactos, en el del más arrecho discurso, gritón y coloquial, mala imitación de Chávez, que usa comodines discursivos sólo posibles y asimilables en una masa acrítica.
Si algo he aprendido del feminismo es que la lucha por una sociedad de equidad y justicia es una lucha que arropa todas las dimensiones de la vida, todo está en disputa y pasa por el filo de nuestra conciencia, la familia de donde venimos, la que intentamos formar, la economía de la explotación y la propiedad como resultado del lomo (vientre) partido de las mujeres, la marginación de los espacios culturales, académicos y públicos en general.
El feminismo es un hermoso riesgo de implosión, que se hace en el cuerpo, en la casa, en la calle, en la escuela, no está amarrado por el territorio aunque toma en cuenta lo local, no se limita en la concepción de nación, de patria o de partido, pero no niega la organización política como potencia de lucha, esto supone que, una feminista lleva consigo su militancia, porque la asume como razón de existencia, por tanto tiene menos riesgo de sentir ese vacío inmenso que supone darte cuenta que los líderes que dan cuerpo y resonancia a tu lucha (que seguramente es más útil fuera de la lógica clientelar del gobierno) son unos cuantos tipos y tipas-tipos que se han enriquecido a costa de un discurso que le robaron a nuestra clase, que a la hora del ataque frontal en el marco del juego amigos-enemigos, tienen asegurado su capital bien lejos de este infierno en el que se ha convertido la vida, la calle, la psiquis.
Nos habitan las sombras que devoran el suelo a nuestro paso, de ellas aprendemos a andar con premura, cuidando los límites de la angustia para no hundirnos con ella.
Creímos una historia hecha de victorias y héroes, que nos dio de morisqueta mártires y anhelos de llegar a “un lugar”, al de la “victoria final”, donde serían reconocidos todos nuestros sacrificios. A la vuelta de la esquina supimos, también nosotrxs, que no es suficiente hacer el estallido, forjarlo a fuego, a veces nos apagan la llama a escupitajos y esta se vuelve a guardar en el pecho, quemándonos.
Ojalá el tiempo vivido nos acerque al aprecio definitivo y suficiente por cada uno de los gestos que podamos descifrar en la libertad propia y de lxs otrxs, y podamos morir en la dignidad de haber sido tercxs en el empeño de ser la piedra en el ojo del enemigo, su “pesadilla” como escribía un amigo en su buena pluma.
¿Son estas crisis en las que serán posibles militancias sin salario?
Un reajuste de los intentos, un quiebre que haga morir para siempre la comodidad de “las revoluciones pacíficas”, de la militancia sin salario, los socialismos coorporativos, y el patriarcado capitalista a gotas, insistentes y eficaces en golpear el cuerpo consciente de la irreverencia y la rebeldía. Ojalá