Entonces volvimos a la “normalidad”. Hacer nuevamente la comida, resolver nuevamente algún ingreso para el día a día, ir nuevamente a trabajar en lo que haya, sumergirnos nuevamente en la cotidianidad, nos vemos con nuestros afectos, compartimos algo. Pero alzamos aunque sea un poco la mirada y vemos el terror que ha llegado; más de 2400 personas detenidas y trasladados a prisiones en 16 días, entre ellos más de 100 adolescentes de los cuales aún hoy siguen privados de libertad 58. Las cifras van y vienen, en los barrios y comunidades sabemos que la represión no solo es política es una concesión entregada a los cuerpos represivos, es su negocio, hoy los cuerpos represivos son estructuras paramilitares tan irregulares como cualquiera. La migración forzada de millones, parece una herida abierta imparable que esparce nuestro dolor por el continente y el mundo, pero también nuestra alegría, desde ella nos preparamos para el retorno, retorno que es la pesadilla del poder y es contentura en nosotrxs.
Un gobierno civil-militar-policial amenaza a todo un pueblo, personas asesinadas por creer en su voz, lágrimas de indignación de familiares, barrios en toque de queda por grupos parapoliciales, entonces nos damos cuenta, que el miedo y la violencia es lo que quieren que aceptemos como “normalidad”.
Luego vemos al pueblo de Nicaragua atrapado en la misma “normalidad”: más de 900.000 personas han abandonado ese país y más de 300 se les ha privado el derecho a su nacionalidad. Los responsables en Nicaragua son algunos de aquellos que sostuvieron las banderas, que en un tiempo ya olvidado habían derrocado la dictadura de Somoza, mientras que hoy se vuelven contra los cuerpos que las habían hecho símbolo de dignidad.
Levantamos un poco los oídos y escuchamos las bombas que caen desde años en Palestina o las explosiones de guerra en Ucrania, anunciando que la decisión de poderes globales por el genocidio, y luego dejamos de escuchar el ruido y nos encontramos con un silencio paralizante, pues han prohibido a las mujeres en Afganistán cantar y hablar, así como en Irán han prohibido la libertad de sus rostros.
Alzar la mirada, abrir los oídos, tocar y abrazar los cuerpos cercanos nos llena de angustia; porque nos damos cuenta de que es real, el terror encubierto como “normalidad” es real y nos acecha. Entonces nos volvemos a sumergir, pero algo ha cambiado en nuestros corazones, nos damos cuenta de que no estamos, solas, ni solos y que compartimos la misma indignación. Nos damos cuenta de que las identidades o ideologías preestablecidas solo sirven para leer el mundo desde arriba, y desde arriba solo hay proyectos de normalización que no es más que legitimación de la violencia. Nos damos cuenta que no es que estamos paralizados sino que estamos cuidándonos, pero cuidarnos es también prepararnos; prepararnos es comunicarnos, es hablar aunque sea a susurros para evadir la persecución, hablar sobre la verdad de nuestra indignación, la verdad de las cárceles, la verdad de que nos están robando los recursos de la tierra, el valor de nuestro trabajo y la voluntad soberana de unas elecciones.
El poder se ha hecho adicto a consumir la vida de la madre tierra, a consumirnos a nosotras y nosotros. Entonces al sumergirnos y al hablar se comienzan a formarse vínculos que no están mediados por el “tenemos la misma posición respecto a…” sino por “¿cómo estamos? ¿Cómo nos cuidamos para resistir juntas y juntos? ¿Cómo nos comunicamos más para ver la realidad más allá de nosotrxs mismxs? ¿Cómo llenamos de solidaridad, amor y fuerza a quienes sufren la persecución y el encarcelamiento? ¿Cómo comienza una rebelión por la vida, sin vanguardias únicas, banderas únicas, consignas únicas, sino con todas las palabras que somos, porque la unidad que buscamos no es la del “uno” sino la de pueblos y multitudes forjadas por la diversidad que nos constituye?”
Entonces nos damos cuenta de que, aunque no seamos directivos de un partido, ni profesionales de la militancia, o héroes/heroínas particulares, estamos construyendo algo que comienza en nuestra cotidianidad, que es el camino hacia nuestro propio saber, que al sumergirnos no nos estamos sometiendo a la “normalidad”, sino que estamos abriendo grietas debajo de la superficie, estamos construyendo una revuelta contra una “normalidad” indignante. Estamos atentos a las señales de las aves con su cantar para que nos avisen el momento del encuentro, estamos dándoles fuerzas a cada una de las comunidades y redes a las que pertenecemos, estamos preparando una fiesta para celebrar la vida con dignidad y libertad.
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