Anecdotas de una escritora
Me dieron lápiz y papel,
pero no pude escribir.
No me reprobaron,
me dijeron que lo hice muy bien.
Anónimo
Siempre me pregunté porque al cabo de unos años no sabía escribir y eso que tenía muy buenas ideas, me sentaba frente a la máquina de escribir largas horas, pero siempre terminaba limpiando los restos de comida del friegaplatos o llamando a una amiga para contarle que estaba a punto de escribir, pero, no escribía.
Me he vuelto una incapacitada para escribir, quería cambiaba mi mundo con mis palabras, pero ya no me salían, cuando no podía escribir me sentaba frente a la ventana a esperar a que llegará mi hijo y sin motivo alguno al pasar por el umbral de la puerta le reclamaba por cualquier cosa.
No era fácil pagarla con Luis día tras día. Apenas él tenía 15 años y en algún momento iba a crecer y se iba a marchar ¿qué iba hacer yo luego?, no era lo mismo pagar mi frustración con mi gata Lorena, lo intenté no dejándole comida y simplemente se fue a comer a casa de la vecina.
Me convertí en un ser despreciable, en un ser que no podía escribir, en una mujer sin talento para ser madre; vaya que jamás pedí ser madre, simplemente lo expulsé por mi vagina y esta criatura empezó a exigir, tiempo, dinero y afecto, eran tres cosas que no estaba dispuesta a cederle, pues si no saben, yo tengo fama de escritora, dicen que hago buenos poemas y que escribo como el orto puro de la Virgen María, pero este espécimen que le puse por nombre Luis a razón de su abuelo, vino a dejarme bien claro que no volvería a las letras por un buen tiempo.
Luis, es un ser que desde pequeño sospeché que iba a tener problemas de relacionamiento, interrumpía cada vez que me veía reunida con mis amigas, buscaba desesperadamente mi atención, lloraba a cada rato y le encantaba avergonzarme frente a mis compañeras contando intimidades de mi aseo personal:
-Mi mamá se lava todas las noches la vagina, -exclamaba -dice que prefiere morir con el culo sucio que con la vagina podrida.
Cómo un enano de 5 años era capaz de demostrar tanta maldad, le compraba zapatos nuevos y al rato estaba cortando con una tijera las trenzas y tenía esa risa malvada y estruendosa con ínfulas de grandeza. Mientras dormía lo abrazaba y miraba con tentación la almohada para darle fin a sus berrinches, pero, pensaba en el después, qué pensará de mi la sociedad, quedaré como la “escritora del vientre maldito”, realmente, todo el tiempo me la pasaba fingiendo que lo quería y me reía de todas sus humillaciones -oh, que ocurrencias tiene Luis, -sí, es que Luis es un chico muy inteligente. -Luis es un chico muy maduro. -Luis es un niño maravillosamente honesto. Puras mentiras, a la primera gripe esperaba que fuese algo terminal, pero salió como su abuela, no le daba ni moquillo.
El obstáculo más grande para la máquina de escribir y mis pensamientos, era ese niño. Una vez, tenía ya unos 9 años, mientras yo estaba en el baño, fue a la cocina y sujetando con sus delicados y finos dedos el desinfectante líquido, fue directo sobre mis bocetos de una novela que ya tenía 2 años escribiendo, destapó el envase del desinfectante y lo hecho completamente sobre mi última obra “Cuentos nocturnos para mujeres esclavas”. Cuando salí del baño, el pequeño jugaba feliz con sus legos, así que me dispuse a preparar la cena. Cociné su plato favorito lentejas con arroz y tajadas. Al ser una mamá soltera me toca recomponer muchas cosas dentro del apartamento, más allá de limpiar, era organizar visualmente las cosas para poder sentarme un ratico a escribir, si hay mucho ruido visual me despisto y no puedo escribir. Al terminar de organizar, puse la mesa para dos y fui sirviendo la comida. Luis con voz tierna dice:
–Mamita, gracias por hacer lentejas, te quiero mucho.
Qué hermoso ejemplar humano diría cualquier persona, pero, sabía que debajo de esa sonrisa y voz falsa escondía algo, así que sin más le respondí:
-Yo te adoro hijo mío, gracias por existir y darme está dicha de ser tú madre.
Al final, la cena parecía un duelo de miradas, él sabía que yo sospechaba algo y yo sabía que él escondía algo, fue una comida llena de tensiones. Él, muy astuto sirvió el jugo, recogió la mesa y fregó los platos. Allí quedó develado su lado más vil y oscuro, mi hijo es un niño malvado, planeaba con total prolijidad cada uno de sus actos, me sorprendía tal inteligencia en ese pequeño suspiro de vida.
No quise seguir llenándome de odio así que monte un café y me senté en el sofá viejo que se adapta perfecto a mi trasero a ver televisión; con el control fui pasando los canales, deje un programa bien alienante sobre familias que tenían hijos mal portados, de pronto llega una mujer británica y los recompone con amor y sinceridad; si se portan mal los encierra en su cuarto y a los 10 minutos regresa explicándoles porque estuvo mal su comportamiento, -ja- en mi eterna risa esta mujer no conoce a Luis, este jugaría con ella fingiendo que es bueno y luego seguiría comportándose como un malhechor, esta niñera renunciaría a su cargo y se iría lejos del país luego de conocer una mente tan macabra como la de este niño.
Me tomé mi café con bastante azúcar y fui a acostar a Luis en su cama. Antes de cerrar sus minúsculos ojos me dice:
–Mamá, la profe al pasar la lista y vio mi apellido me preguntó si yo era hijo de la famosa escritora, le dije que no sabía si era famosa, pero sí, ella es mi mamá, me sentí muy orgulloso de que la gente te admirará. Me gustaría que me leyeras lo último que estás escribiendo.
Me relajé un poco, este niño es asombrosamente hermoso, debí catalogarlo mal, que mala fui, cómo voy a pensar así de mi hijo, la mala era yo, el problema era yo. Lo besé en la frente y le comenté que estaba por terminar un libro sobre las mujeres negras y esclavas durante la colonia; estas mujeres esperaban que se hiciera de noche para contarse unas con otras mientras dormía el patrón su jornada. Me entusiasmé tanto que me animé a buscar el libro para leérselo, por lo menos quería comenzar a leerle un capitulo por día y que él fuese mi jurado, ya estaba en edad para tener gusto por la literatura y me cautivaba verlo todos los días leer tan ávidamente sus cuentos infantiles.
Era la primera vez que me sentía orgullosa de ser mamá y de tener un hijo que me enseñará a amar la vida y sus retos. Me paré de la sillita junto a su cama y fui a la sala donde se ubicaba en una esquinita mi máquina de escribir, sobre esta reposaba mi novela, allí no más, con un olor fuerte a desinfectante que goteaba en la esquina derecha, estaba toda mi novela embarrada de este líquido y como premio a esta obra del mal, estaba el frasco del desinfectante encima de las hojas de mis escritos como galardonando el evento. Escuché cual risa malvada jalada del infierno a Luis asomando un ojito entre la pared y la sala, en ella se dibujaba una mueca de felicidad que se escondió luego de contemplar su acto.
Lo último que percibí, fue como se cerraba lentamente la puerta de su cuarto.