Hay varias cosas que problematizan mi existencia. Una de ellas, la que más me hace un agujero, es la costumbre – me parece afianzada últimamente- de normalizar el caos y la decadencia. A veces pienso que la actitud de la multitud cada día, es como una forma de adaptación, de resignación; cuando el sistema te termina de aplastar, cuando te idiotiza y eres un simple instrumento cansado que se hace dócil.
En esta reflexión algo infinita y trascendente para mí, es la que me hago todos los días, o bueno casi todos los días, ya que he agrupado mi agenda semanal para solo salir cuando es necesario.
Salgo a tener algo de contacto con la normalidad caótica que existe fuera del hogar. Como decía, esta reflexión cabe en mí en un solo momento de mi existencia, cuando voy en el Metro de Caracas. Creo que a todos los que tenemos que asumir el desafío de andar en el Metro se nos vienen mil cosas a la cabeza. Mi contexto diario: la línea tres. La línea que comunica nuestras Caracas con de los Valles del Tuy, un desafío bastante retador para los que vivimos en medio de esta línea.
EL PAISAJE
El paisaje del metro ha sufrido una gran modificación. Se volvió un color negro lavado, junto con un olor húmedo a remojo de los intentos fallidos de lograr algo de limpieza. Mi línea tres, aquella, que en los tiempos de la llamada ahora “burbuja económica”, me llevaba en cinco minutos hasta Ciudad Universitaria con frescura, comodidad y olor amigable. Ahora solo dura 20 minutos o más en solo llegar; y ni hablar de una estación a otra, ningún vagón tiene aire y vas bien apretadita con el H2o de muchos cuerpos brillantes que transpiran al mismo dolor y desesperación que tú.
Reflexiono y pienso: ¿Esto puede estar peor? Siento que alguien mete la mano en mi cartera, aprieto, hago una llave, y volteo con cara de animal salvaje mientras me tiemblan las piernas; continuo: ¿hasta cuándo? ¿Cómo podemos adaptarnos a vivir así? con la transferencia de Plaza Venezuela que huele a orine, mucho orine, es terrible. El bote de agua y la laguna que se hace por la lluvia, donde ni el patito feo se quisiera bañar, en Plaza Venezuela cuando haces transferencia hasta hacia la Rinconada.
El lugar más impoluto de Caracas se ha transformado en el propio submundo, donde ratas, cucarachas son parte del paisaje cotidiano, así como negación en mi cabeza, cada vez que escucho una voz fina y pequeña de algún niño o niña desnutrida cantando o pidiendo comida. No volteo. Quiero quemar el mundo y que me devuelvan mi dignidad.
¿A dónde se fue nuestra calidad de vida?
Pareciera haberse quedado en alguna frontera, en una cita de pasaporte, en una preocupación para ver quién te cambia mejor los dólares para poder subsistir. Se quedó, quizás en algún aumento de salario o en nuestro cansancio por creer que esta realidad parece imposible de cambiar.
Esta situación, mientras me bajan muchas gotas de sudor por mi frente, ya neutralicé al delincuente y se logró bajar en la próxima estación mientras duramos casi media hora en llegar. Me hace pensar en los responsables, y lo primero y más rabia que me da, es que, ¡claro! ninguno se monta aquí. Por eso se me vienen muchas respuestas a la cabeza y digo:
– Obvio, con razón esto esta así. Es que ninguno/na se monta y ni pasa este calvario, porque literalmente es un calvario andar en el Metro de Caracas.
Dentro de los grandes debates el que menos se menciona, es esta situación, obviamente, nuestra clase política dirigente (¡Ojo!, los incluye a TODES) bastante nefasta no se monta en metro. Ningún representante de nuestra clase política venezolana anda a pie, no sale a tomar el metro, ¡no anda pariendo efectivo para pagar una camioneta en 1500 bolos! ¡Nada! De ahí, que nadie le importe el decaimiento que pareciera ser irreversible de nuestra calidad de vida, y de un sistema de trasporte público que nos consume.
A esta clase política corrupta se le olvido el dolor y las necesidades de la gente. Lo que tiene que vivir una persona diariamente en Caracas. No lo sienten, no lo viven. Porque en el interior del país es otra cosa, tres veces más extremo que acá.
Esta crisis total que atraviesa Venezuela, deja en evidencia una vez más que en coyunturas y aprietos quienes menos se ven reflejados son los de a pie, el pueblo, la prole, la sociedad civil, las masas como les quieras llamar.
En este momento a ninguna clase política le interesa los que nos encontramos en estas condiciones. Vaya pensamientos que se me vienen mientras voy casi deshidrata, bloqueando un intento de robo y tratando de no ver la niña desnutrida que canta al final de vagón. Pienso, hay que hacer algo.
¡Tenemos que alzar nuestra voz, no podemos dejar que nos sigan pisoteando nuestra dignidad de humanas!
Salgo del metro, subo las escaleras porque no sirven, vuelvo a subir las otras escaleras para llegar a la avenida que tampoco sirven, veo la cola del queso, la cola del punto. Decido mejor subir a la casa, y recuerdo que la semana pasada se robaron el computador del ascensor y tengo que ejercitar glúteos subiendo 14 pisos.
Ya se me paso la rabia y solo tengo sueño para mañana volver a pensar cómo evito todo esto. Y como me pasa, me parece que nos pasa a la mayoría. Nos están agotando y no precisamente la paciencia, sino la vida.