Después de visitar el campo en la comunidad de El Naranjal en los Altos mirandinos del estado Miranda y la Cooperativa 8 de Marzo en Sanare, estado Lara, en el marco del proyecto Acción Cosecha un trabajo que busca acompañar, visibilizar y fortalecer los tejidos comunitarios, en búsqueda de una vida libre de violencias en los territorios, me he sentido frágil, etérea, diminuta, como si fuera una espora, con una sensación como de estar volando sobre una nebulosa de emociones, de seguir orbitando en esos lugares, y sentir las formas, los olores, las miradas, las sonrisas, el calor, las esencias de esos lugares revoloteando, habitando en mí, vivas, despiertas, juguetonas, que me hablan como si fueran unas entidades, unas deidades o unos espíritus, me hacen sentir como contagiada de algún tipo de virus, que me tiene en silencio, en un estado de ensoñación, con una sensación de que viajé a un cuento de hadas y volví a una distopía post-apocalíptica, realmente no sé si deba compararlo con un cuento de hadas, pero definitivamente el campo tiene un encanto, una magia que contagia. Es duro volver a habitar la realidad citadina, adaptarse a esa vida, una se siente como extranjera en su propio territorio, sentir esa no pertenencia es un dolor que pesa en el espíritu…
Pero también, el conocer otras comunidades ayuda mucho a conectarse más con la propia, ver el reflejo, las similitudes y darse cuenta en medio del caos de esas cosas en común, esos detalles cruciales que crean ese sentido de comunidad, esa gente que desde gestos sutiles contribuyen con los cuidados y el sostenimiento comunitario y territorial, gente que teje, que repara, que siembra, que limpia, que acompaña, que escucha, que crea, que persiste en medio de la hostilidad y la volatilidad de esta ciudad y país, también darme cuenta de las cosas que comparto con mi comunidad, ver cómo atraviesan mi cuerpo, como no soy solo un cuerpo, sino una multiplicidad de realidades de mi comunidad y entorno que me atraviesan, un cuerpo sostenido por otros cuerpos, y que a su vez sostiene, los cuerpos que cuidan son cuerpos que día a día caminan por la dignidad, abren caminos para visibilizar la importancia de los cuidados, la lucha por la vida y por la persistencia y trascendencia de nuestras esencias en el mundo.
Así surge el sueño de crear una muñeca, un cuerpo hecho de todos elementos del entorno, un cuerpo que soy yo y a la vez no soy yo, sino un todo, un cuerpo/comunidad/territorio. Ha sido un proceso tan intuitivo que sentí que me hablaban esas voces de esos espíritus, que me poseían y empujaban a hacer un especie de ritual, para despertar los espíritus propios en el territorio, cuerpo y comunidad que habito.
Cómo invitándome y a su vez invitando a otrxs a conectar con las hojas, las formas, los colores, las texturas, las fibras, los olores, del propio entorno, reconectar con ese paisaje sensorial y ese tejido comunitario, volver a la esencia de las cosas, al juego, a la imaginación, a la emoción, la creación con las manos, la búsqueda de imágenes oníricas, la belleza rara, natural, salvaje, conectar con la fragilidad y sensibilidad de nuestrx niñx y ancianx interior.
Rehabitar nuestros cuerpos, territorios, reconectar con esos elementos que lo sostienen y cuidan, como un ritual alquímico, psicomágico.
#AcciónCosecha