La intelectualidad en la práctica feminista

La situación actual del país, caracterizada por una intensa crisis política, económica y social, ha llevado a muchas y muchos a alzar sus voces y a ejercitar el proceso de la escritura mediante la exposición crítica de sus visiones de la realidad
En los últimos años dentro de muchos movimientos y organizaciones populares se ha ido acrecentando la crítica hacia la generación de un discurso desde la intelectualidad. Esta tendencia marcada por posturas que defienden la separación de lo popular en contraposición al quehacer del pensamiento denominado intelectualidad. Es cierto que esta separación viene dada por el carácter “supremo” y “endiosador” que desde los sectores más tradicionales y conservadores se le ha dado, y desde la propia visión que nos imponen los discursos academicistas de las ciencias sociales.  Así, pues,  el privilegio de pensar y crear teoría a través del análisis de los procesos socio-políticos, se le ha asignado a una cúpula de poder, a una élite dominante que pretende desconocer como desde lo que se denomina peyorativamente il popolare, las masas, la muchedumbre, los proletarios, entre otros; se puede construir una teoría o crítica social, mediante la generación de propuestas, sistematización de experiencias y  afirmación de los saberes de nuestra gente.
 
Justamente, este pensamiento que encasilla a la práctica intelectual como una función meramente de la élite política, sea de derecha o de izquierda, ha generado una animadversión por parte de muchos sectores y actores dentro del proceso revolucionario que se ve afianzado por una gran cantidad de discursos demagógicos, diletantes y llenos de una verborrea aprendida de memoria para convencer y hegemonizar los espacios de discusión, a través de la enunciación de palabras asociadas a los discursos de izquierda que están cargadas de un tecnicismo político e histórico (“transversalizar la revolución”, “todo el poder en manos de los trabajadores”, “abajo el Estado”), así como, la utilización de los referentes más emblemáticos de las revoluciones históricas, Marx, Engels, Lenin,  Bolívar… son nombrados y renombrados afanosamente en una imperiosa necesidad de legitimar y dar fuerza a sus discursos; y, finalmente, estos mismos “notables” y “entendidos” estudiosos escamotean el mar de conceptos y representaciones para acuñar difíciles e innombrables categorías de análisis. Esta realidad ha sido permanente en todos los espacios de discusión dentro de la Revolución Bolivariana, nunca falta un “docto” que salga a vomitar su erudición, desconociendo las intervenciones de las y los demás dentro de estos espacios.
Ilustración: Paula Bonet

Todas estas prácticas hacen que desde los sectores populares se origine una antipatía hacia los procesos de construcción intelectual y que se malentienda la función de pensar y escribir nuestra realidad.

La situación actual del país, caracterizada por una intensa crisis política, económica y social, ha llevado a muchas y muchos a alzar sus voces y a ejercitar el proceso de la escritura mediante la exposición crítica de sus visiones de la realidad, muchos de estos nuevos discursos y planteamientos se han asociado a una intelectualidad “burguesa” en el mejor de los casos. Porque ahora ser crítico significa que estas siendo desleal a la patria.
 
Este hecho se ha mantenido a lo largo de la historia. Si bien las revoluciones más hermosas se gestaron a partir de la crítica y problematización de las realidades más inmediatas, no fueron desde el principio bien aceptadas ante el aparato ideológico dominante por representar el cambio y las transformaciones necesarias. Recordemos al propio Marx y sus detractores, al igual que la pionera Flora Tristán; entre muchas y muchos que podríamos mencionar por trasgredir los cánones de sus épocas y plantear la crítica social. Por otra parte, en los debates dentro del proceso, cuando dices algo que suene a “juicio” enseguida sale un doliente y corta la discusión con el célebre cuestionamiento: “¿y cuál es tu propuesta?”
 
Muchas veces estos eruditos le asignan a lo popular, como si ello marcara una distinción del pensamiento (episteme) en nuestros discursos, una incapacidad de reflexionar su realidad a través de sus prácticas experienciales. Este señalamiento determina entonces que solo los estudiosos de las ciencias de lo humano (sociales) son los “elegidos” para la praxis de tal hazaña. Estos discursos totalmente alejados de nosotras y nosotros, porque no dan cuenta del aprendizaje que realizamos a través de la experiencia, mediante el rescate y la identificación con nuestros recuerdos y a partir de allí, la creación de la memoria colectiva, que está llena de elementos subjetivos cargados del aprendizaje de nuestras realidades.
 
Es por tal que surge la necesidad de repensar la intelectualidad, de repensarla desde su importancia en la generación de conocimientos, la transformación de la sociedad a través de la palabra y la posibilidad de abrir nuevos panoramas ante la inevitable realidad. Desde nuestras diversas trincheras nosotras, las populares, mujeres, feministas, apuntamos a la construcción de discursos que reflejen nuestras vivencias, de discursos que transformen y que estén cargados de nuestras experiencias y vivencias. Nosotras apuntamos a la necesidad de politizar nuestros discursos, y el politizar conlleva a tomar responsabilidades de lo que pensamos y decimos, como revolucionarias concebimos el pensamiento como el principal motor de transformación de la sociedad y qué mejor manera de reivindicar la actividad reflexiva si no es partiendo de lo que nuestra gente piensa.
Ilustración: Paula Bonet
Como mujeres feministas creemos y proponemos la creación de teorías y conocimientos a través de nuestras prácticas diarias, individuales y colectivas, consideramos necesario la crítica y nos consideramos intelectuales porque tejemos redes de pensamiento y reflexión mediante nuestros planteamientos.
 
Somos intelectuales, investigadoras, estudiantes y luchadoras. Proponemos el seguir trabajando por la construcción de una epistemología feminista que dé cuenta de nuestra realidad como mujeres en una sociedad machista y patriarcal, así como también la generación de contenidos de nuestra realidad política que permitan la reflexión desde lo teórico y político.
 
Finalmente, la labor intelectual debe estar cargada del análisis de nuestras realidades y para realizar ese análisis no hace falta ser un erudito, ya que esa labor debe empezar por reconocernos como sujetos y sujetas partícipes de una sociedad, por ende, hacedores de historia. Basta de las representaciones en las miradas del otro, ¿quién más que lo popular, lo subalterno, para reconocerse e identificarse y para construir y aportar a la misma?  

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